Cada
cuatro de enero de los años pares por mi barrio llueve. Hombres y mujeres salen
a las calles para danzar en medio de la avenida principal. Mientras que los
chicos se quedan en casa, tomando té y mirando por la ventana. Todo comienza en el amanecer, cuando las
nubes cubren el barrio y la gente ya está preparada para salir. Se van
acercando, algunos solos, otros en caravana. Los hombres sin vueltas invitan a
las damas a realizar ese baile tan típico de nosotros. Algunas avergonzadas
simplemente se quedan paradas al borde de la vereda sonrojadas. Y otras aceptan
con gusto. Es muy gracioso ver como todos bailan mojados, y alguno que otro,
que trata de sobresalir por su baile, termina en el piso. Es por eso que un año
se quiso suspender según me contó mi abuela. Algunos vecinos aprovechan la
ocasión y al otro día salen a la calle vendiendo antigripales y esas cosas por
el estilo. Y todo finaliza al anochecer, cuando terminan de caer las últimas
gotas. La gente deja de bailar y se marcha así sin más.
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