miércoles, 19 de diciembre de 2012

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Estás y no
sos entrañable, te empeñas y te envuelve sin que te des cuenta un misterio
un enigma
yo lo veo
Te escondes
y antes de que te busque salís a buscarme
para mostrarme como te escondes nuevamente
Me das y me sacas
Me sacas
y te tengo paciencia
Me tenes
me llevas
lo sabes
y no.
Te quiero y espero
No quiero esperar
sin embargo espero
que me quieras

Te mostras sin coraza
y me ablandas a mi
Te endureces
y tus cascaras hacen presión en mi pecho

Estoy vulnerable, desprotegida
sospecho que lo sabes
presiento que te vas a reir de mí

Puedo aguantarlo
recibir un par de bofetadas
darte abrazos

miremos el cielo
pero dame la mano de vuelta
hablame de cosas sin sentido
otra vez reiré sin escucharte
pero mirandote a los ojos

Pero hablame de vuelta
una vez mas, te lo pido
no dejes de hacerlo
que estaré seria

y mis ojos se cerrarán

y voy a seguir escuchando tu voz

voy a estallar

y volar en pedazos

y esos pedacitos de mí

te van a besar.

martes, 11 de septiembre de 2012

Espero

De pronto noto como la ciudad me consume. Y me entrego, adentrándome en ella, casi como si estuviera tan seguro de lo que hago. Pero no me muevo, sentado la ciudad me rodea; sus personas, sus autos, sus edificios, sus colectivos, sus luces, ¿y vos? No pienso, y sin pensarlo te pienso. Una paloma se posa sobre unos sucios cables, por debajo pasan dos colectivos iguales y una señora los corre, y no quiero verlos. Saco un cuaderno rojo y anoto una frase que recordé. Un hombre al pasar me mira. Sé que lo hace y sin embargo no quiero verlo. Me pregunto si serás de verdad y cuánto tiempo más tendrá que pasar entre vos y mi cuerpo. No quiero ver a esos nenes corriendo en la plaza, no quiero ver como un hombre discute con su novia, no quiero ver como una señora carga las bolsas de las compras, no quiero ver a un hombre parando un taxi. En donde vea, no logro ver. Los rostros se transforman y vuelven, sin coincidir con el tuyo. Me doy cuenta bien consciente de que no estaba esperándote tan inconscientemente, largo una carcajada y me burlo del pensamiento de creer que iba a encontrarte. Cansado cierro los ojos, el viento se hizo mas frío y prefiero creer que sos una ilusión solamente. Empiezo a caminar, sí, mis pies se mueven y en la única esquina que me faltaba recorrer tu figura se dibujaba mas perfecta de lo que imaginaba. Ese instante preciso que retorció mi alma bastó, como para invitarte a desaparecer con mi pestañeo. 

viernes, 25 de mayo de 2012

Día de lluvia


Salió a la calle sin vacilar un instante. Salió a la calle sin paraguas, bien sabía que estaba lloviendo, pero tenía sus propias razones. Una de ellas era que no encontraba placer más hermoso que ese contacto con la naturaleza. Y otra era que no tenía uno en su casa. A penas cruzó la puerta se sumergió en el mundo, pero no al mundo que todos conocemos, sino al suyo propio.  Llevaba una marcha ligera a simple vista, pero en realidad en su mente iba despacio. Apreciaba cada detalle de las calles, las casas, la gente que transitaba, los autos, los negocios. Todo corría tan rápido en ese mundo y no comprendía. No podía comprender por qué la gente iba tan apurada, por poco corriendo, se chocaban entre sí como animalejos desesperados. Y sabía que siempre fue así, solo que esta vez lo hacían con paraguas, lo que en ocasiones resultaba un poco más molesto, porque tenía que andar con el temor de que no le apuntaran a uno en la frente o en el peor de los casos en un ojo.

Mira vos… ese hombre no tiene cara de tierno, sin embargo lleva un ramo de rosas. Tal vez sea empleado de esos negocios donde envían flores con tarjetas. En realidad no recuerdo haber visto eso más que en películas. Quién sabe, tal vez sí sean para la novia. O para la hermana que cumple años. ¿Y si tiene hijos? O la novia tuvo un hijo, eso, hoy nació su hijo.  Esa joven es muy alta, tal vez sea modelo. Plaf! Baldosa floja. Ya recuerdo porque algo dentro de mí decía que debía mirar al piso, pero la tentación de observar es más fuerte. Estas calles... siempre lo mismo. Puedo ver, puedo sentir como los adoquines se ahogan, se desesperan bajo el agua, que gota a gota va llenando las calles por culpa de la basura. Pobres adoquines... Cuidado! Es el tercer paragua que esquivo. ¿Es temor? ¿Molestia? ¿Costumbre?  ¿Será que les molesta sentir la ropa húmeda, o el pelo mojado?  A veces temo que es miedo a mojarse, o ya es una costumbre. Que por más que tengan que salir dos pasos fuera de algún techo inmediatamente buscan un paraguas. No lo sé, no lo sé… ¿Por qué no sentir eso que nos regala la naturaleza? Tomarse un respiro y sentir la lluvia. Algo tan divino. Pero claro, el mundo no para ni un segundo, y con lluvia todo sería igual, ¿por qué cambiaría? Ah sí, pero claro, lo único que cambia es que ahora llevan paraguas en sus marchas.

-     ¡Hola tía! – Escuchó y despertó de su mundo con el mismo impacto en el que una gota golpeaba a un adoquín. 


Evelyn Leguizamón.

Tradiciones de mi barrio


Cada cuatro de enero de los años pares por mi barrio llueve. Hombres y mujeres salen a las calles para danzar en medio de la avenida principal. Mientras que los chicos se quedan en casa, tomando té y mirando por la ventana.  Todo comienza en el amanecer, cuando las nubes cubren el barrio y la gente ya está preparada para salir. Se van acercando, algunos solos, otros en caravana. Los hombres sin vueltas invitan a las damas a realizar ese baile tan típico de nosotros. Algunas avergonzadas simplemente se quedan paradas al borde de la vereda sonrojadas. Y otras aceptan con gusto. Es muy gracioso ver como todos bailan mojados, y alguno que otro, que trata de sobresalir por su baile, termina en el piso. Es por eso que un año se quiso suspender según me contó mi abuela. Algunos vecinos aprovechan la ocasión y al otro día salen a la calle vendiendo antigripales y esas cosas por el estilo. Y todo finaliza al anochecer, cuando terminan de caer las últimas gotas. La gente deja de bailar y se marcha así sin más.  

Yo la quise


Hoy salí a caminar dispuesto solamente a una cosa: a olvidarla. Yo la quise, la quise con todo lo que soy y todo lo que ella era. Desde un principio, desde el momento en que cruzamos miradas, nunca pude resistirme a enamorarme. Ella bien sabía lo que hacía. Y yo no. Y si, yo la quise. Como haberme podido resistir a esos encantos. Tanto la quise que aun hoy quedan vestigios de lo que sentía por ella.
Fue en la fiesta del amigo de mi amigo. Ahí estaba ella. En medio de la noche se me acerco con un trago en la mano, soltó muy cerca de mi oído algunas palabras que no logré entender y se marchó. Algo adentro mío despertó, que mis pies comenzaron a caminar detrás de ella que caprichosa se alejaba. Una vez lejos del murmullo me hablo nuevamente y esta vez sí entendí lo que me decía. 
Las horas pasaron rápidamente esa noche y para cuando la mañana comenzaba yo ya me iba caminando, borracho, por las calles mojadas de llovizna y con un papel con números en mi bolsillo.
Desde ese día yo la quise. ¿Qué me había gustado? No lo sé aún. Quizás ella en su totalidad; desde su cuerpo, sus fuertes expresiones, hasta el aroma de sus maquillajes mesclados con perfumes. 
Una semana paso hasta que nos volvimos a ver. Y así fue cada fin de semana. Era una relación extraña la que teníamos, pero aún así yo nunca preguntaba nada, ni ella me lo hacía a mí.  Con solo tenerla una noche para mí, me conformaba, no podía pedir más. En esos momentos que compartíamos, manteníamos como un acuerdo secreto y silencioso en el que nos amábamos, hablábamos y paseábamos de la mano, pero una vez que la noche llegaba a su fin, también lo hacían nuestros encuentros, muertos de pasión hasta la siguiente semana. Ambos lo sabíamos. 
Sin embargo, yo en verdad la quise. Daba todo por ella cada vez que la tenía frente a mí y dejaba todo de mí en cada acto de amor. Era un amor sincero el mío, tal vez demasiado puro e ingenuo, pero no podía controlar mis impulsos. Ya no solo deseaba estar junto a ella un día de la semana. El resto de los días se me hacían eternos y con el tiempo, cuando quise darme cuenta, estaba viviendo en un infierno. 
En vano marcaba su número todos los días. Salía a la calle a buscarla, cansado ya de extrañarla, recorría todos los lugares donde solíamos estar, pero nada, ni rastros de su persona. Y una vez que por fin llegaba el día todo lo que había sufrido me parecía absurdo. Yo la quería, y la tenía en ese momento a mi lado. Todo lo demás no importaba. Ella nunca hablaba de las llamadas perdidas, de hecho nunca hablaba de nada, más de cuanto me quería y lo feliz que era a mi lado. Y en verdad, ella me quiso y era feliz, podía verse en sus grandes ojos marrones que no mentía. 
Cuando el encuentro finalizaba y nos debamos el último beso, con ella se iba mi vida. A partir de ese momento yo era otro. Me convertía, me sentía como una persona enferma, cansada y que envejecía rápido. En ocasiones pasaba los días encerrado en mi departamento sin comer, sin dormir y con muchos excesos. Vacío, perdido, distante. 
Para el último encuentro, ambos en nuestro acuerdo secreto y silencioso, sabíamos en el fondo que todo había llegado a su fin. Nunca lo dijimos concretamente, nuestra conexión iba mucho más allá de las palabras. Por eso yo la quise. Todavía puedo sentir sus labios en los míos y su suave piel rozándose con la mía, y el corazón se me estremece.
Una semana después de la última vez que nos habíamos visto, decidí pasar por el bar en el que nos encontrábamos siempre, a la hora que teníamos acordada siempre. No tenía pensado entrar, porque ya todo lo habíamos entendido. Y así era, porque cuando miré por la ventana desde afuera hacia nuestra mesa, las dos sillas estaban vacías. Así que seguí caminando, en dirección hacia ningún lado, perdiéndome entre la gente de la avenida. De una semana a la otra había pasado de estar en la gloria de un miserable, a estar en donde debía; borracho, tirado en el cordón de alguna vereda por días, sin casa, sin nombre y sin ella, hablándole a cualquier persona que se me acercara de cuanto la había querido. 
Dos años pasaron desde aquel entonces, pero aún así no hay día que no piense en ella. A veces creo ver su tierno rostro entre la multitud de la calle, en el subte, en un parque, y corro desesperado, encontrándome siempre con una desilusión. Durante todo este tiempo las relaciones que tuve o intente tener, fracasaron. Quizá porque buscaba volver a sentir todo lo que ella me había dado. Pero no, nada se comparaba a lo que había sentido, porque ella fue la única mujer a la que realmente había querido.
Hoy, como dije, salí decidido a olvidarla, a despedirme de ella completamente. Por eso es que regresé después de tanto tiempo a ese bar y me senté en nuestra mesa. No sé bien por qué lo hice, a que quería llegar. Tal vez para darme cuenta de que realmente todo me sonaba tan lejano. Será el destino, la suerte, la casualidad o lo que fuera que hizo que nos conociéramos, que también quiso que nos despidiéramos. Y otra vez ahí estaba. Tan hermosa, tan cambiada, pero a la vez no perdía esa esencia que la hacía única, algo que no sabría describir pero que hacía que tanto me guste. Entró al bar con ese mismo toque de gracia con el que se me había acercado aquella noche. Para mi sorpresa no venía sola, sino de la mano de un muchacho. Se sentaron del otro lado del bar, de manera que no pudieron verme. Toda esta situación despertó en mi bastante desconcierto. Durante tanto tiempo la había estado buscando por toda la ciudad, sin señales de ella, y una vez que quería olvidarla se me aparecía así como si nada. 
De pronto me encontré confundido, en un frenesí incontrolable, una mezcla de odio, miedo, felicidad, ansiedad. Maldije el momento en el que se me había cruzado por la cabeza volver a ese lugar, lo maldije al tipo, a ella y a mí por estar viviendo esa patética escena. Aunque por otro lado el simple hecho de observarla me tranquilizaba, seguía transmitiéndome la misma paz. Era ella realmente, en persona, no era una alucinación. Era ella a la que tanto había querido y otra vez la tenía ahí, tan cerca, y a la vez tan lejos. Ahí estaba, había concurrido a nuestra despedida. Por suerte pude verla y quedarme con una buena imagen final, estaba feliz, estaba bien. Me di cuenta de que ya nos habíamos despedido una vez, así que ahora ya nada tenía sentido. Después de haberle clavado la vista por varios minutos, bien decidido me pare y me dirigí hacia la mesa donde se encontraban sentados. Mientras lo hacía pude ver que ella me había reconocido y que sorprendida sonrió. Yo solo me acerqué al tipo, sin dirigirle la vista a ella la señale, y le dije: yo… yo la quise.


Evelyn Leguizamón

sábado, 3 de marzo de 2012

En lo que creo

No se si deba escribirte canciones... Pensándolo bien,  no creo que lo merezcas... tal vez. 



Una vez, y después otras varias veces más, me dijeron que nada es para siempre. Yo, empecinado en llevar contras, quise creer que algo debía haber que sí durase. Al menos más de lo que los demás decían. Si ellos no creían ¿por qué yo tampoco debería de hacerlo?

Más tarde me caí ¿sabés? Caí de esa nube de ceguera y me golpeé. Cuando el raspón que me hice comenzó a sangrar pensé que de nada servía mi rebeldía, y debí asumir que en verdad no se puede llegar más allá de lo que uno pueda ver. 

No es que no crea en nada ahora. Disculpame si así te pareciera, pero vengo cansado desde antes ya, un poco agitado y desarmado. No es tu culpa, ni la mía. Tal vez lo que necesite sea volver a subir hasta una nube, aunque sepa que alguna vez estuve ahí ya, y que estuve equivocado también, pero quién sabe. 

No sé de que lado pararme, no sé qué realidad creer. Quizá sólo haya aprendido que no deba creer en nada. O quizá sólo necesite ignorarme un poco más. Pero si hoy despierto así, sé que sólo creo en lo veo; en tu sonrisa, en tus ojos mirando a los míos y en tu figura recostada a mi lado.

martes, 17 de enero de 2012

Sobre la muerte

Hace tiempo ya que vengo con este tema dándome vueltas en la cabeza pero no lo plasmaba nunca. Aunque hace tiempo he escrito bastante sobre la muerte y mientras escribía se me iban apareciendo nuevos pensamientos y otra forma de verla.
Creo que se me volvió obsesión nuevamente y tengo el pensamiento recurrente de la muerte. Todos los días, bastantes veces por día, me pongo a pensar en la muerte. Pienso generalmente que pasaría si cada día fuera el último, si HOY es el último día. 
Pienso en como quedarían acá las cosas, no me planteo mucho que pasará conmigo cuando muera, si existe o no un cielo, un infierno, si vuelvo, reencarno, etc. Pienso en como dejo todo, veo si dejo alguna cosa pendiente, algo que decirle a alguien, si les dije a las personas que quiero que las quiero en este día, pienso en que hice en este día, pienso en quién soy yo y en cuanto logre conocerme hasta hoy. Pienso si dejo algún legado... y me tranquilizo al pensar cada día que no necesité haber ganado un Premio Nobel o que me reconozcan mundialmente para saber que alguna vez influí, forme parte y estuve en la vida de alguien más (para bien, para mal), que alguna vez logre transmitir algo, soy y fui hija, hermana, tía, amiga, novia, deje una marca en alguien alguna vez. Más allá que generalmente cuando se habla de un legado la mayoría de las personas lo asocia con "escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo", bueno, mi sueño sí es escribir un libro. Me gusta escribir, me apasiona y me "conformo" en cierta parte con que un par de personas me haya leído alguna vez y haberles producido alguna clase de sentimiento. Por otro lado dejo tantos cuadernos escritos desde hace cinco años, que cuando me muera me gustaría que salgan a la luz y todas las personas que aparecen en ellos lean su parte.


Inevitablemente cada día me tortura la idea de "CARPE DIEM". Pero como dije, si bien todos los días pienso que es el último, también a veces pienso que no los aprovecho del todo y ahí es cuando nace mi gran frustración. Y de verdad que es una GRAN frustración, casi siempre cuando hago mi ajuste de cuentas por las madrugadas y veo que no hice provecho del día me pega un bajón anímico por un rato. Pero después me pongo a pensar, wait... no me voy a morir posta ahora, así que relax. Es que estoy obsesionada realmente. Sobre todo cuando sí me quedan cosas por hacer y entonces digo que en la semana voy a hacer todo eso junto, me doy cuenta de cuánto tiempo desperdicie y desperdicio sin hacer las cosas que quisiera, sin estar con las personas que quiero (aunque a veces eso no depende de mí y eso me frustra mas), pienso en todas las cosas que me gustaría decir y no las digo, me las guardo o las escribo por ahí pero no se las digo a quien se las tendría que decir, sobre todo cuando uno quiere aparentar ser una persona cuerda en sociedad y no andar por la vida diciéndole a todo el mundo lo que piensa de cada uno, ps, y eso también aumenta mi frustración (el hecho de guardarme las cosas, no de que exista la moral), pero bueno existe el tiempo también y tengo en claro que va a llegar el día para cada cosa.

En fin, volviendo a la muerte, suelo pensar que pasaría cuando me muera, que reacciones tendrían las personas que me rodean, pienso si alguien se quedaría con algo que decirme y que yo nunca me enteraría. No le tengo miedo a la muerte, al menos a la mía, pero sí me da muchísimo temor la de mis seres queridos. No me gusta la idea de saber que nunca voy a saber cuándo serán sus "último día" y de perderlos quedándome con cuentas pendientes. Y también pienso en eso, ¿cómo se sentirá ese día? ¿Será un día como todos los demás o se sentirá algo en especial? Igual tampoco lo voy a saber antes. No tengo miedo a morir porque es inevitable, mi miedo es que me queden cosas por hacer y decir. Pero con hacer y decir no me refiero a no haber terminado una carrera, no haber tenido un auto de lujo o no haber llegado a ser algo que hoy no soy, sino que me refiero a los sentimientos, al amor, a no haberle dicho a esa/s persona/s que quiero cuán importantes son en mi vida. Entonces me doy cuenta cuales son las cosas esenciales en la vida y será por eso que tengo una visión clara de muchas cosas (la felicidad, el amor, la vida, la muerte, el tiempo).
Hay algo en la idea de morir que me seduce y aún no sé qué. Eso no significa que esté pensando en matarme. Hace años pensé varias veces en un suicidio y después nunca más, hoy en día no lo haría ni pienso en ello, pero sé que si algún día me vería demasiado superada pero que ya no de mas por algo muy muy muy grande creo que sería capaz de hacerlo. Uno no eligió haber empezado una vida, pero puede decidir cuándo terminarla. Puede sonar contradictorio pero todo esto conlleva de muchos pensamientos en mi cabeza y me seria difícil de explicar y de hacer que los demás entiendan o piensen lo mismo que yo. No me parece una idea cobarde, sí una idea egoísta tal vez.

Sobre que hay después, realmente no pienso mucho en eso, creo que esa idea no es compatible con el vivir día a día. Porque si yo estoy viva hoy y ahora,  en este momento y en este lugar, no veo cual es la necesidad de pensar que va a pasar conmigo cuando yo ya no este viva. Es decir no quiero pensar, sacar deducciones y reflexiones sobre algo que no sé y nadie sabe y tampoco me preocupa. Aunque todos lo sepamos hay demasiadas personas que no logran aceptar la idea de morir, no aceptan a la muerte como un fin, el final de todo, por eso prefieren creer que después de toda una vida de "adoración" a un ser divino luego de la muerte serán salvados (¿salvados de qué?) y vivirán en un cielo, etc o alguna otra de las distintas creencias que existen. El problema del ser humano es querer siempre un poco más. ¿No les alcanza acaso toda una vida que necesitan creer que después de ella se seguirá viviendo? Buscan ser eternos, buscan la eternidad cuando lo que no entienden es que la eternidad se alcanza justamente en vida.

"Y no tengo miedo de morir, cualquier momento esta bien, no me importa. ¿Por qué debería tener miedo de morir?, no hay razón para ello, tienes que irte en algún momento."   
The geat gig in the sky - Pink Floyd