miércoles, 19 de diciembre de 2012

-

Estás y no
sos entrañable, te empeñas y te envuelve sin que te des cuenta un misterio
un enigma
yo lo veo
Te escondes
y antes de que te busque salís a buscarme
para mostrarme como te escondes nuevamente
Me das y me sacas
Me sacas
y te tengo paciencia
Me tenes
me llevas
lo sabes
y no.
Te quiero y espero
No quiero esperar
sin embargo espero
que me quieras

Te mostras sin coraza
y me ablandas a mi
Te endureces
y tus cascaras hacen presión en mi pecho

Estoy vulnerable, desprotegida
sospecho que lo sabes
presiento que te vas a reir de mí

Puedo aguantarlo
recibir un par de bofetadas
darte abrazos

miremos el cielo
pero dame la mano de vuelta
hablame de cosas sin sentido
otra vez reiré sin escucharte
pero mirandote a los ojos

Pero hablame de vuelta
una vez mas, te lo pido
no dejes de hacerlo
que estaré seria

y mis ojos se cerrarán

y voy a seguir escuchando tu voz

voy a estallar

y volar en pedazos

y esos pedacitos de mí

te van a besar.

martes, 11 de septiembre de 2012

Espero

De pronto noto como la ciudad me consume. Y me entrego, adentrándome en ella, casi como si estuviera tan seguro de lo que hago. Pero no me muevo, sentado la ciudad me rodea; sus personas, sus autos, sus edificios, sus colectivos, sus luces, ¿y vos? No pienso, y sin pensarlo te pienso. Una paloma se posa sobre unos sucios cables, por debajo pasan dos colectivos iguales y una señora los corre, y no quiero verlos. Saco un cuaderno rojo y anoto una frase que recordé. Un hombre al pasar me mira. Sé que lo hace y sin embargo no quiero verlo. Me pregunto si serás de verdad y cuánto tiempo más tendrá que pasar entre vos y mi cuerpo. No quiero ver a esos nenes corriendo en la plaza, no quiero ver como un hombre discute con su novia, no quiero ver como una señora carga las bolsas de las compras, no quiero ver a un hombre parando un taxi. En donde vea, no logro ver. Los rostros se transforman y vuelven, sin coincidir con el tuyo. Me doy cuenta bien consciente de que no estaba esperándote tan inconscientemente, largo una carcajada y me burlo del pensamiento de creer que iba a encontrarte. Cansado cierro los ojos, el viento se hizo mas frío y prefiero creer que sos una ilusión solamente. Empiezo a caminar, sí, mis pies se mueven y en la única esquina que me faltaba recorrer tu figura se dibujaba mas perfecta de lo que imaginaba. Ese instante preciso que retorció mi alma bastó, como para invitarte a desaparecer con mi pestañeo. 

viernes, 25 de mayo de 2012

Día de lluvia


Salió a la calle sin vacilar un instante. Salió a la calle sin paraguas, bien sabía que estaba lloviendo, pero tenía sus propias razones. Una de ellas era que no encontraba placer más hermoso que ese contacto con la naturaleza. Y otra era que no tenía uno en su casa. A penas cruzó la puerta se sumergió en el mundo, pero no al mundo que todos conocemos, sino al suyo propio.  Llevaba una marcha ligera a simple vista, pero en realidad en su mente iba despacio. Apreciaba cada detalle de las calles, las casas, la gente que transitaba, los autos, los negocios. Todo corría tan rápido en ese mundo y no comprendía. No podía comprender por qué la gente iba tan apurada, por poco corriendo, se chocaban entre sí como animalejos desesperados. Y sabía que siempre fue así, solo que esta vez lo hacían con paraguas, lo que en ocasiones resultaba un poco más molesto, porque tenía que andar con el temor de que no le apuntaran a uno en la frente o en el peor de los casos en un ojo.

Mira vos… ese hombre no tiene cara de tierno, sin embargo lleva un ramo de rosas. Tal vez sea empleado de esos negocios donde envían flores con tarjetas. En realidad no recuerdo haber visto eso más que en películas. Quién sabe, tal vez sí sean para la novia. O para la hermana que cumple años. ¿Y si tiene hijos? O la novia tuvo un hijo, eso, hoy nació su hijo.  Esa joven es muy alta, tal vez sea modelo. Plaf! Baldosa floja. Ya recuerdo porque algo dentro de mí decía que debía mirar al piso, pero la tentación de observar es más fuerte. Estas calles... siempre lo mismo. Puedo ver, puedo sentir como los adoquines se ahogan, se desesperan bajo el agua, que gota a gota va llenando las calles por culpa de la basura. Pobres adoquines... Cuidado! Es el tercer paragua que esquivo. ¿Es temor? ¿Molestia? ¿Costumbre?  ¿Será que les molesta sentir la ropa húmeda, o el pelo mojado?  A veces temo que es miedo a mojarse, o ya es una costumbre. Que por más que tengan que salir dos pasos fuera de algún techo inmediatamente buscan un paraguas. No lo sé, no lo sé… ¿Por qué no sentir eso que nos regala la naturaleza? Tomarse un respiro y sentir la lluvia. Algo tan divino. Pero claro, el mundo no para ni un segundo, y con lluvia todo sería igual, ¿por qué cambiaría? Ah sí, pero claro, lo único que cambia es que ahora llevan paraguas en sus marchas.

-     ¡Hola tía! – Escuchó y despertó de su mundo con el mismo impacto en el que una gota golpeaba a un adoquín. 


Evelyn Leguizamón.

Tradiciones de mi barrio


Cada cuatro de enero de los años pares por mi barrio llueve. Hombres y mujeres salen a las calles para danzar en medio de la avenida principal. Mientras que los chicos se quedan en casa, tomando té y mirando por la ventana.  Todo comienza en el amanecer, cuando las nubes cubren el barrio y la gente ya está preparada para salir. Se van acercando, algunos solos, otros en caravana. Los hombres sin vueltas invitan a las damas a realizar ese baile tan típico de nosotros. Algunas avergonzadas simplemente se quedan paradas al borde de la vereda sonrojadas. Y otras aceptan con gusto. Es muy gracioso ver como todos bailan mojados, y alguno que otro, que trata de sobresalir por su baile, termina en el piso. Es por eso que un año se quiso suspender según me contó mi abuela. Algunos vecinos aprovechan la ocasión y al otro día salen a la calle vendiendo antigripales y esas cosas por el estilo. Y todo finaliza al anochecer, cuando terminan de caer las últimas gotas. La gente deja de bailar y se marcha así sin más.  

Yo la quise


Hoy salí a caminar dispuesto solamente a una cosa: a olvidarla. Yo la quise, la quise con todo lo que soy y todo lo que ella era. Desde un principio, desde el momento en que cruzamos miradas, nunca pude resistirme a enamorarme. Ella bien sabía lo que hacía. Y yo no. Y si, yo la quise. Como haberme podido resistir a esos encantos. Tanto la quise que aun hoy quedan vestigios de lo que sentía por ella.
Fue en la fiesta del amigo de mi amigo. Ahí estaba ella. En medio de la noche se me acerco con un trago en la mano, soltó muy cerca de mi oído algunas palabras que no logré entender y se marchó. Algo adentro mío despertó, que mis pies comenzaron a caminar detrás de ella que caprichosa se alejaba. Una vez lejos del murmullo me hablo nuevamente y esta vez sí entendí lo que me decía. 
Las horas pasaron rápidamente esa noche y para cuando la mañana comenzaba yo ya me iba caminando, borracho, por las calles mojadas de llovizna y con un papel con números en mi bolsillo.
Desde ese día yo la quise. ¿Qué me había gustado? No lo sé aún. Quizás ella en su totalidad; desde su cuerpo, sus fuertes expresiones, hasta el aroma de sus maquillajes mesclados con perfumes. 
Una semana paso hasta que nos volvimos a ver. Y así fue cada fin de semana. Era una relación extraña la que teníamos, pero aún así yo nunca preguntaba nada, ni ella me lo hacía a mí.  Con solo tenerla una noche para mí, me conformaba, no podía pedir más. En esos momentos que compartíamos, manteníamos como un acuerdo secreto y silencioso en el que nos amábamos, hablábamos y paseábamos de la mano, pero una vez que la noche llegaba a su fin, también lo hacían nuestros encuentros, muertos de pasión hasta la siguiente semana. Ambos lo sabíamos. 
Sin embargo, yo en verdad la quise. Daba todo por ella cada vez que la tenía frente a mí y dejaba todo de mí en cada acto de amor. Era un amor sincero el mío, tal vez demasiado puro e ingenuo, pero no podía controlar mis impulsos. Ya no solo deseaba estar junto a ella un día de la semana. El resto de los días se me hacían eternos y con el tiempo, cuando quise darme cuenta, estaba viviendo en un infierno. 
En vano marcaba su número todos los días. Salía a la calle a buscarla, cansado ya de extrañarla, recorría todos los lugares donde solíamos estar, pero nada, ni rastros de su persona. Y una vez que por fin llegaba el día todo lo que había sufrido me parecía absurdo. Yo la quería, y la tenía en ese momento a mi lado. Todo lo demás no importaba. Ella nunca hablaba de las llamadas perdidas, de hecho nunca hablaba de nada, más de cuanto me quería y lo feliz que era a mi lado. Y en verdad, ella me quiso y era feliz, podía verse en sus grandes ojos marrones que no mentía. 
Cuando el encuentro finalizaba y nos debamos el último beso, con ella se iba mi vida. A partir de ese momento yo era otro. Me convertía, me sentía como una persona enferma, cansada y que envejecía rápido. En ocasiones pasaba los días encerrado en mi departamento sin comer, sin dormir y con muchos excesos. Vacío, perdido, distante. 
Para el último encuentro, ambos en nuestro acuerdo secreto y silencioso, sabíamos en el fondo que todo había llegado a su fin. Nunca lo dijimos concretamente, nuestra conexión iba mucho más allá de las palabras. Por eso yo la quise. Todavía puedo sentir sus labios en los míos y su suave piel rozándose con la mía, y el corazón se me estremece.
Una semana después de la última vez que nos habíamos visto, decidí pasar por el bar en el que nos encontrábamos siempre, a la hora que teníamos acordada siempre. No tenía pensado entrar, porque ya todo lo habíamos entendido. Y así era, porque cuando miré por la ventana desde afuera hacia nuestra mesa, las dos sillas estaban vacías. Así que seguí caminando, en dirección hacia ningún lado, perdiéndome entre la gente de la avenida. De una semana a la otra había pasado de estar en la gloria de un miserable, a estar en donde debía; borracho, tirado en el cordón de alguna vereda por días, sin casa, sin nombre y sin ella, hablándole a cualquier persona que se me acercara de cuanto la había querido. 
Dos años pasaron desde aquel entonces, pero aún así no hay día que no piense en ella. A veces creo ver su tierno rostro entre la multitud de la calle, en el subte, en un parque, y corro desesperado, encontrándome siempre con una desilusión. Durante todo este tiempo las relaciones que tuve o intente tener, fracasaron. Quizá porque buscaba volver a sentir todo lo que ella me había dado. Pero no, nada se comparaba a lo que había sentido, porque ella fue la única mujer a la que realmente había querido.
Hoy, como dije, salí decidido a olvidarla, a despedirme de ella completamente. Por eso es que regresé después de tanto tiempo a ese bar y me senté en nuestra mesa. No sé bien por qué lo hice, a que quería llegar. Tal vez para darme cuenta de que realmente todo me sonaba tan lejano. Será el destino, la suerte, la casualidad o lo que fuera que hizo que nos conociéramos, que también quiso que nos despidiéramos. Y otra vez ahí estaba. Tan hermosa, tan cambiada, pero a la vez no perdía esa esencia que la hacía única, algo que no sabría describir pero que hacía que tanto me guste. Entró al bar con ese mismo toque de gracia con el que se me había acercado aquella noche. Para mi sorpresa no venía sola, sino de la mano de un muchacho. Se sentaron del otro lado del bar, de manera que no pudieron verme. Toda esta situación despertó en mi bastante desconcierto. Durante tanto tiempo la había estado buscando por toda la ciudad, sin señales de ella, y una vez que quería olvidarla se me aparecía así como si nada. 
De pronto me encontré confundido, en un frenesí incontrolable, una mezcla de odio, miedo, felicidad, ansiedad. Maldije el momento en el que se me había cruzado por la cabeza volver a ese lugar, lo maldije al tipo, a ella y a mí por estar viviendo esa patética escena. Aunque por otro lado el simple hecho de observarla me tranquilizaba, seguía transmitiéndome la misma paz. Era ella realmente, en persona, no era una alucinación. Era ella a la que tanto había querido y otra vez la tenía ahí, tan cerca, y a la vez tan lejos. Ahí estaba, había concurrido a nuestra despedida. Por suerte pude verla y quedarme con una buena imagen final, estaba feliz, estaba bien. Me di cuenta de que ya nos habíamos despedido una vez, así que ahora ya nada tenía sentido. Después de haberle clavado la vista por varios minutos, bien decidido me pare y me dirigí hacia la mesa donde se encontraban sentados. Mientras lo hacía pude ver que ella me había reconocido y que sorprendida sonrió. Yo solo me acerqué al tipo, sin dirigirle la vista a ella la señale, y le dije: yo… yo la quise.


Evelyn Leguizamón

sábado, 3 de marzo de 2012

En lo que creo

No se si deba escribirte canciones... Pensándolo bien,  no creo que lo merezcas... tal vez. 



Una vez, y después otras varias veces más, me dijeron que nada es para siempre. Yo, empecinado en llevar contras, quise creer que algo debía haber que sí durase. Al menos más de lo que los demás decían. Si ellos no creían ¿por qué yo tampoco debería de hacerlo?

Más tarde me caí ¿sabés? Caí de esa nube de ceguera y me golpeé. Cuando el raspón que me hice comenzó a sangrar pensé que de nada servía mi rebeldía, y debí asumir que en verdad no se puede llegar más allá de lo que uno pueda ver. 

No es que no crea en nada ahora. Disculpame si así te pareciera, pero vengo cansado desde antes ya, un poco agitado y desarmado. No es tu culpa, ni la mía. Tal vez lo que necesite sea volver a subir hasta una nube, aunque sepa que alguna vez estuve ahí ya, y que estuve equivocado también, pero quién sabe. 

No sé de que lado pararme, no sé qué realidad creer. Quizá sólo haya aprendido que no deba creer en nada. O quizá sólo necesite ignorarme un poco más. Pero si hoy despierto así, sé que sólo creo en lo veo; en tu sonrisa, en tus ojos mirando a los míos y en tu figura recostada a mi lado.

martes, 17 de enero de 2012

Sobre la muerte

Hace tiempo ya que vengo con este tema dándome vueltas en la cabeza pero no lo plasmaba nunca. Aunque hace tiempo he escrito bastante sobre la muerte y mientras escribía se me iban apareciendo nuevos pensamientos y otra forma de verla.
Creo que se me volvió obsesión nuevamente y tengo el pensamiento recurrente de la muerte. Todos los días, bastantes veces por día, me pongo a pensar en la muerte. Pienso generalmente que pasaría si cada día fuera el último, si HOY es el último día. 
Pienso en como quedarían acá las cosas, no me planteo mucho que pasará conmigo cuando muera, si existe o no un cielo, un infierno, si vuelvo, reencarno, etc. Pienso en como dejo todo, veo si dejo alguna cosa pendiente, algo que decirle a alguien, si les dije a las personas que quiero que las quiero en este día, pienso en que hice en este día, pienso en quién soy yo y en cuanto logre conocerme hasta hoy. Pienso si dejo algún legado... y me tranquilizo al pensar cada día que no necesité haber ganado un Premio Nobel o que me reconozcan mundialmente para saber que alguna vez influí, forme parte y estuve en la vida de alguien más (para bien, para mal), que alguna vez logre transmitir algo, soy y fui hija, hermana, tía, amiga, novia, deje una marca en alguien alguna vez. Más allá que generalmente cuando se habla de un legado la mayoría de las personas lo asocia con "escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo", bueno, mi sueño sí es escribir un libro. Me gusta escribir, me apasiona y me "conformo" en cierta parte con que un par de personas me haya leído alguna vez y haberles producido alguna clase de sentimiento. Por otro lado dejo tantos cuadernos escritos desde hace cinco años, que cuando me muera me gustaría que salgan a la luz y todas las personas que aparecen en ellos lean su parte.


Inevitablemente cada día me tortura la idea de "CARPE DIEM". Pero como dije, si bien todos los días pienso que es el último, también a veces pienso que no los aprovecho del todo y ahí es cuando nace mi gran frustración. Y de verdad que es una GRAN frustración, casi siempre cuando hago mi ajuste de cuentas por las madrugadas y veo que no hice provecho del día me pega un bajón anímico por un rato. Pero después me pongo a pensar, wait... no me voy a morir posta ahora, así que relax. Es que estoy obsesionada realmente. Sobre todo cuando sí me quedan cosas por hacer y entonces digo que en la semana voy a hacer todo eso junto, me doy cuenta de cuánto tiempo desperdicie y desperdicio sin hacer las cosas que quisiera, sin estar con las personas que quiero (aunque a veces eso no depende de mí y eso me frustra mas), pienso en todas las cosas que me gustaría decir y no las digo, me las guardo o las escribo por ahí pero no se las digo a quien se las tendría que decir, sobre todo cuando uno quiere aparentar ser una persona cuerda en sociedad y no andar por la vida diciéndole a todo el mundo lo que piensa de cada uno, ps, y eso también aumenta mi frustración (el hecho de guardarme las cosas, no de que exista la moral), pero bueno existe el tiempo también y tengo en claro que va a llegar el día para cada cosa.

En fin, volviendo a la muerte, suelo pensar que pasaría cuando me muera, que reacciones tendrían las personas que me rodean, pienso si alguien se quedaría con algo que decirme y que yo nunca me enteraría. No le tengo miedo a la muerte, al menos a la mía, pero sí me da muchísimo temor la de mis seres queridos. No me gusta la idea de saber que nunca voy a saber cuándo serán sus "último día" y de perderlos quedándome con cuentas pendientes. Y también pienso en eso, ¿cómo se sentirá ese día? ¿Será un día como todos los demás o se sentirá algo en especial? Igual tampoco lo voy a saber antes. No tengo miedo a morir porque es inevitable, mi miedo es que me queden cosas por hacer y decir. Pero con hacer y decir no me refiero a no haber terminado una carrera, no haber tenido un auto de lujo o no haber llegado a ser algo que hoy no soy, sino que me refiero a los sentimientos, al amor, a no haberle dicho a esa/s persona/s que quiero cuán importantes son en mi vida. Entonces me doy cuenta cuales son las cosas esenciales en la vida y será por eso que tengo una visión clara de muchas cosas (la felicidad, el amor, la vida, la muerte, el tiempo).
Hay algo en la idea de morir que me seduce y aún no sé qué. Eso no significa que esté pensando en matarme. Hace años pensé varias veces en un suicidio y después nunca más, hoy en día no lo haría ni pienso en ello, pero sé que si algún día me vería demasiado superada pero que ya no de mas por algo muy muy muy grande creo que sería capaz de hacerlo. Uno no eligió haber empezado una vida, pero puede decidir cuándo terminarla. Puede sonar contradictorio pero todo esto conlleva de muchos pensamientos en mi cabeza y me seria difícil de explicar y de hacer que los demás entiendan o piensen lo mismo que yo. No me parece una idea cobarde, sí una idea egoísta tal vez.

Sobre que hay después, realmente no pienso mucho en eso, creo que esa idea no es compatible con el vivir día a día. Porque si yo estoy viva hoy y ahora,  en este momento y en este lugar, no veo cual es la necesidad de pensar que va a pasar conmigo cuando yo ya no este viva. Es decir no quiero pensar, sacar deducciones y reflexiones sobre algo que no sé y nadie sabe y tampoco me preocupa. Aunque todos lo sepamos hay demasiadas personas que no logran aceptar la idea de morir, no aceptan a la muerte como un fin, el final de todo, por eso prefieren creer que después de toda una vida de "adoración" a un ser divino luego de la muerte serán salvados (¿salvados de qué?) y vivirán en un cielo, etc o alguna otra de las distintas creencias que existen. El problema del ser humano es querer siempre un poco más. ¿No les alcanza acaso toda una vida que necesitan creer que después de ella se seguirá viviendo? Buscan ser eternos, buscan la eternidad cuando lo que no entienden es que la eternidad se alcanza justamente en vida.

"Y no tengo miedo de morir, cualquier momento esta bien, no me importa. ¿Por qué debería tener miedo de morir?, no hay razón para ello, tienes que irte en algún momento."   
The geat gig in the sky - Pink Floyd

sábado, 29 de octubre de 2011

que te importa

Busqué en cada rincón, en cada recuerdo, en cada espacio de mi mente
busqué en mi habitación los rastros de tu presencia
Quise mirar hacia fuera, quise salir corriendo,
quise asomar la cabeza cuando ni si quiera había ventana, mucho menos salida
Volví a esconderme y esperar
Quise volver a reventar, estallar en pedacitos y volver a caer desde lo mas alto del abismo 
Quise escuchar tu voz otra vez 
para cuando te vi ya no tenia cabeza.
Pensar, qué iba a pensar! ya sabia lo que venia pero quise simular que era sorpresa
Aún así quise ignorarte e ignorarme, nunca supe como actuar
Quise tener todo preparado para cuando vos también caigas y cayeras a mi lado
Tus pedacitos tirados al lado de los mios
¿Qué somos más que cosas perdidas?
La inmensidad ya no me importa si siempre fue mas grande que nosotras 
La inmensidad me importa un carajo!
¿Se puede seguir corriendo después de haber volado? 
Solo quise encontrarme y conseguí volver atrás,
para cuando me di vuelta habías regresado, ¿y qué? no sé, nada
¿Y qué? que ya perdimos,
¿Vamos a volver a estrecharnos, remontarnos tambaleando y volar, volar bajo, sí, pero volar?
¿Para qué? te digo, ¿para qué? me dije y me apagué
Creí que sabía más de lo que nunca aprendí 
y aún así si me preguntas no voy a responder
y aún así aunque yo no lo sepa quizá necesite cerrar los ojos y tirarme
Vea a donde vea no hay opción que no cueste el dolor


Evelyn Leguizamón

jueves, 20 de octubre de 2011

Final

En medio de la noche el silencio se veía interrumpido por el golpe de mis zapatos contra los adoquines, lo único que se oía, lo único que yo escuchaba. Seguí caminando por la calle oscura, derrotado ya. Abandonado de mí mi cuerpo continuaba moviendo los pies hacia alguna dirección, sí, pero hacia ninguna a la vez. Cada tanto algún farol proyectaba una débil luz amarillenta que dejaba al descubierto mi paso. Mi alma, si alguna vez había existido, ya no la tenía. Tenía todo perdido, menos las ganas de seguir encaminándome hacia la perdición. El mundo estaba reducido a cenizas, la explosión había pasado y en mi cabeza sólo quedaba yo y la calma de saber que ya estaba todo hecho, dicho y escrito, la calma de que no hay más que hacer. Lo peor había pasado y no existía algo peor a lo pasado, pero lo mejor también había pasado. No había desconcierto en mí, pues estaba bien en claro que era lo que venía. Demasiado seguro estaba de aquello que en ningún momento me detuve, continué caminando y en cada paso que dejaba atrás y a cada paso que avanzaba me alejaba y me acercaba a mí. No sabía si había llegado al lugar indicado o si solamente mi tiempo se había agotado cuando deje de caminar y me detuve definitivamente en el camino. 

martes, 4 de octubre de 2011

Carta

Mirá, las cosas son mas sencillas de lo que parecen o de lo que vos pensás. Si digiera que no te pido nada estaría mintiéndote en vano. Solo espera, tomate un momento para leer lo que tengo para decirte y luego si querés todo seguirá igual. 

No tengo tampoco mucho para decir, más de lo que no te voy a dar. Te quiero. Y te deseo tanto que estoy terminando por odiarte. No podes ver, tenes los ojos vendados, y el verte sufrir por otra persona me provoca repulsión. Entiendo que no lo mereces y que podes estar mejor si lo quisieras. 

Mirá, yo no puedo amarte, ni te pido que vos lo hagas. Yo no prometo cambiarte el mundo, ni quiero meterme en el tuyo. Hay otra persona a la que querés, lo entiendo y ni siquiera me importa. Puedo asegurarte con total confianza que no me importa lo demás, sé que no voy a darte lo mismo que ella. Arriesgate, date cuenta, despertate. 

Somos tan parecidos que no podríamos llegar a más. Lo único que te pido es un momento, sólo un momento y verás que las cosas pueden ser muy diferentes. Sólo un momento en el que dejemos todo afuera de una habitación y que dentro no quedemos más que vos y yo. Sólo un momento, luego el tiempo volverá a correr, todo terminará. 

Saldremos a la calle y volveremos a ser como dos extraños, dos amantes con un secreto, dos desconocidos después de la pasión. Cada uno volverá a su vida con su dosis de hipocresía. Vos con ella y yo con un recuerdo.

Evelyn Leguizamón.

martes, 6 de septiembre de 2011

Aún no te amo

No sé si te amo. No, de hecho no creo estar haciéndolo, pero sé que moriría por hacerlo. Me encantaría mucho antes conocerte. Dejame que te conozca y yo te mostrare todo lo que soy para que vos también lo hagas.

Podríamos dar interminables paseos por las mañanas, las tardes o las noches, y vería como tu belleza forma parte del paisaje. Caminaría contigo hasta más allá de los confines de la eternidad y no me importaría perderme con vos. Te daría lo que antes nunca nadie pudo darte, lo que quieras, lo que me pidas, lo que necesites y mucho más de lo que merecieras.

Juro que te valoraría como a mi propia alma, o más. Juro que sería capaz de hacer cualquier cosa por vos, menos lastimarte. De eso sí me declararía incapaz de por vida. Estaría con vos cuando vos lo quisieras y te protegería y consolaría de este mundo cruel. Haría que te olvidases del significado de las palabras soledad, tristeza y dolor, y te reafirmaría todos los días el significado de amor y felicidad.

Me encantaría ver como el desaliño de tu vida combina con mi cuarto ordenado, como me desacomodas los libros, como me fumas los cigarrillos. Me encantaría verte dormir inocente a mi lado. Me encantaría ver lo perfecto que quedaría tu cuerpo en mi cama, mi mano acariciando tu pelo y tus labios susurrando un te amo.

Evelyn Leguizamón

miércoles, 31 de agosto de 2011

Eterno otoño


De repente me encontraba ahí sentado, en el banco de la plaza, solo. No era muy tarde pero estaba oscureciendo, pues en otoño los días son más cortos. Poco a poco la calle fue quedando desierta. Mientras más tarde se hacía menos gente circulaba, hasta ver solamente alguna que otra alma solitaria. Los faroles de la plaza ya se habían encendido, pintando de un tono amarillento a todo lo que los rodeaba; arboles, asfalto, bancos, y a mí. El viento comenzaba a soplar más fuerte, llevándose consigo a las hojas secas que tomaban vuelo y me rodeaban. Y yo seguía ahí, sentado en el banco de la plaza, solo.

No sé cuánto tiempo llevaba sentado ahí, las horas podían pasar fugaces, así también como hacerse eternas desde que ella no estaba. Ya tenía los ojos cansados, y el resto del cuerpo también. Llorar, no quería hacerlo más. Mis amigos me decían que ya no lo hiciera, que así no lograría nada, que así no haría que regresara.

Mi vista estaba perdida, cuando sentí que alguien se me acercaba. Volví a mí y estaba mirando el movimiento de los árboles y como sus ramas chocaban entre sí. Quien se me acercaba, quedando al descubierto bajo la luz de un farol cercano, era un linyera que solía merodear aquella plaza. Seguramente me habría reconocido por los paseos que daba junto a ella, tardes y tardes caminando agarrados de las manos.

-¿Qué le pasa muchacho? ¿Dónde está su enamorada? – dijo acercándose hacía mí y luego tomó asiento a mi lado. 
-No lo sé… no sé a dónde pueda estar, pero sí sé que muy lejos.
-¿Y que hace acá sentado sin hacer nada? ¿La quiere realmente?
-Claro que la quiero, ¿por qué habría de cambiar lo que yo siento por ella?
-Entonces, si usted la quiere de verdad, ¿qué es lo que le impide no tenerla, no estar a su lado? Digo, en lugar de estar aquí sentado solo, con el frío que hace.

Recuerdo que luego de haber escuchado esas palabras, me quedé en silencio unos minutos. Él me miraba fijo, hasta que cansado de esperar una respuesta se paró y siguió su camino. Cuando lo perdí de vista, saqué del bolsillo de mi viejo abrigo una navaja.


Evelyn Leguizamón

martes, 30 de agosto de 2011

En la vereda de enfrente

Me asomé a la ventana y aburrido comencé a lanzar papelitos hacia abajo para ver como el viento manejaba el destino de cada uno. Como los hacía danzar, subir y bajar, como giraban en ese último baile. En ese momento comprendí que era mejor no saltar. Abrí unos cajones y busqué los cigarros que hacía ya meses había guardado. Encendí uno y volví a acercarme a la ventana. La melancolía aún rondaba en mi cabeza, la tristeza, las ganas de nada. Ya nada había, ya nada quedaba. ¿Cómo seguir?, me pregunté mil veces hasta que me perdí entre mis pensamientos y me distraje mirando por la ventana.

Era una noche fría de invierno, hacía unas horas había oscurecido. Autos que pasaban, gente que apurada caminaba y se metía en sus casas como escapándole al frío. A lo lejos divisé a un gato negro, lo distinguí porque unos perros comenzaron a ladrarle, pero el gato continuó en su andar, indiferente como si no los hubiera escuchado. Se paró justo delante de la puerta de la casa de enfrente, cuando ésta de repente se abrió. De adentro salió un hombre que me resulto un tanto extraño, era alto, con una expresión algo rara en su rostro, tenía un no sé qué que me llamó la atención. En ese mismo instante un automóvil se estacionó delante de él, como si todo hubiera estado planeado. Del vehículo bajaron tres personas, dos de ellas se dirigieron a la parte trasera del coche, y la tercera entró directamente a la casa. Pude ver que esos dos eran hombres, también altos, serios, vestidos de negro y compartían los mismos rasgos que el anterior. En la casa había entrado una mujer, lo único que llegue a ver por la velocidad con la que se dirigió fue que era de cabellos largos y rubios. Los tres hombres rápidamente abrieron el baúl y ayudándose entre ellos sacaron de adentro un gran cajón de madera y un ataúd. A todo esto, la calle repentinamente se hallo desierta, no había ni  un alma merodeando por ahí. Todos entraron rápido en la casa, hasta el gato que aprovechó la ocasión.

Me asusté tanto al observar toda esta situación que me eché  hacia atrás. Inmediatamente me dio la sensación de que estaba viendo algo que no debía ver. Apague el último cigarrillo y baje las persianas. Enseguida acudieron a mi mente toda clase de pensamientos; hipótesis, fantasías e historias tratando de justificar lo que acababa de ver. Pero nada logró conformarme por completo, sabía, o al menos tenía la sensación de que algo raro se tramaba allí.

Al día siguiente, cuando al fin la noche llegó me senté delante de la ventana y no quite la vista de la casa. Aquella era una casa antigua como todas las del barrio, pero ésta siempre mantenía sus persianas bajas. Esta vez apagué todas las luces, ya no era nada casual, estaba espiando como  un niño. Esperé y esperé. Hasta que ahí estaban. La puerta se abrió más tarde que el día anterior y salieron a la calle uno de los hombres y la mujer. Estaban mirando hacia el final de la calle. Yo también miré, y vi que otro auto se acercaba. Otra vez un auto negro, pero no era el mismo que ayer, sino que este era un coche fúnebre. De él bajaron los otros dos hombres que faltaban y junto con el otro comenzaron a descargar ataúdes. Era de esperarse en medio de toda esta situación por absurdo que parezca, pero a la vez seguía sorprendiéndome y asustándome. Mi desconcierto había aumentado aún más, en lugar de que se me aclararan las ideas.

Pero después de que mi imaginación volara y regresara me di cuenta de que ya había perdido la emoción. Tal vez se trataba de asuntos ilegales en los cuales mejor no meterse, tal vez algo relacionado con salas velatorias, algo clandestino. Despreocupadamente encendí un cigarrillo y me asomé sobre el borde la ventana. Ya no sentía la necesidad de esconderme, no tenía por qué. Vi como el auto siguió su camino y cuando la mujer ya se había dirigido hacia adentro de la casa, uno de los dos hombres cuando estaba a punto de cerrar la puerta me vio. Fue una especie de cruce de miradas, pero rápidamente intente posar mi vista en otra cosa, simulando tranquilidad y, sobre todo, naturalidad. Pero no pude evitarlo y mire de vuelta hacia la vereda de enfrente. Ahora el que me había visto se lo estaba comunicando a su compañero y entonces ambos me estaban mirando.

Enseguida me invadió el temor y volví a pensar que en verdad no tendría que haber visto todo  lo que había visto, y me sentía más culpable por haber espiado. Inmediatamente apague el cigarrillo y baje las persianas. Por entre los agujeritos seguí mirando. Los dos hombres habían entrado en la casa, pero habían dejado la puerta abierta. Al instante salieron nuevamente junto con la mujer rubia, a las apuradas, casi corriendo. Cerraron la puerta de un golpazo y cruzaron la calle hasta que los perdí de vista. A la milésima de segundos escucho que suena el timbre de mi casa. Me quede absolutamente  petrificado, no podía moverme. Ellos habían venido por mí. No entendía absolutamente nada, pero sí sabía que fuera lo que fuera, no era algo bueno. El timbre no paraba de sonar. Baje las escaleras como pude, me pareció que tarde una eternidad, y me acerque a la puerta. Mire por la mirilla. Eran ellos, no cabía duda.

- ¿Qué quieren? – grité con voz temblorosa, pero cuando quise darme cuenta ya los tenía a los tres dentro de mi casa. Habían pateado la puerta. Tenían una fuerza increíble. No pude hacer nada, más que quedarme parado y mirarlos. Ahora que los tenía de cerca, podía observarlos con más claridad. Tenían rasgos parecidos entre sí, sus caras, poseían de una belleza indescriptible, me causaban repulsión y atracción a la vez. Solamente la mujer se me acerco. Tenía una palidez que hacía resaltar sus ojos color miel. Mientras se me acercaba sus ojos se clavaban en los míos y los míos en los suyos. Había quedado paralizado con su mirada. De pronto un golpe seco me impactó, caí desvanecido y no recuerdo más.

Cuando desperté estaba en el piso frío de mi habitación. Aparentemente todo trataba de una pesadilla demasiado realista. Apenas si estaba oscureciendo. Me levante apresurado, ahora sí quería ver por la ventana con un entusiasmo renovado. Pero cuando me acerqué a la ventana, ya no era la casa de persianas bajas la que estaba enfrente, sino que era la mía. Inmediatamente se me vinieron a la mente imágenes de lo sucedido, todo había sido tan real, tan real como el ardor que sentía. Toque con mis dedos mi cuello y cuando los vi estaban llenos de sangre. La desesperación me dominó. Necesitaba escapar de ahí, acabar con esa horrible pesadilla. Rápidamente subí las persianas y abrí la ventana, en cuando de repente se abrió la puerta de la habitación. La respiración se  me agitaba vertiginosamente, me encontraba fuera de control. Con una risa socarrona que me causo escalofríos entró la mujer rubia. Asustado me arrinconé de espaldas a la ventana.
- ¿Cómo?... no puede ser – dije con los nervios que estaban a punto de estallarme. Dentro mío se disputaban el miedo y el odio.
- Todo puede ser. Vos nos obligaste, no teníamos otra opción.
- Pero no puede ser, yo no quería- dije débilmente y me eche a llorar.
- Yo no quería, yo no quería - repitió con voz burlona entre risas -  A esta altura, ya deberías saber que nadie maneja su propio destino.

La miré con cara de desentendido, pero su belleza, sus ojos rojos me atraían y me desorientaban. Sin embargo me di media vuelta y esta vez sí estaba bien decidido. Así que trepe y salté. Con los ojos cerrados esperé el impacto en ese instante, pero solamente sentí una suave brisa. Aún desde la casa se escuchaban las fuertes carcajadas.


Evelyn Leguizamón

domingo, 28 de agosto de 2011

Mi mejor peoma

Pájaros, flores, violines
yo no se escribir de esas cosas
y vos enloquecerias a cualquier poeta
siendo su musa

Yo ya no soy poeta
solo en amante me converti
dicen que ambos pueden convivir
pero conmigo eso no funciona

Alguna vez escribí
en vos
sobre tu cuerpo
mis mejores versos
deje

Lo que haga ahora
no es escribir ya
es tirar palabras al viento
y que se acomoden azarosamente

Quien pudiera haber visto y decir
más que nosotros
lo que vivimos
no fué menos que poesía

Y ahora no soy poeta
No soy capaz de volver a escribir
con estas manos
que tocaron tu cuerpo alguna vez
y te pertenercieron

De ahora en más
la poesía somos vos y yo,
eso que alguna vez fuimos
lo que quedo escrito en tu cuerpo
y los restos de palabras
que quedaron en mis manos.

Evelyn Leguizamón

Entre tantas cosas

Entre el humo de cigarrillos y tazas sucias de café sobre la mesada, supimos darnos las mejores noches. Entre sillones y películas que querían ser vistas, entre abrazos, besos y sábanas desacomodadas. Era tan divertido reírnos de nuestro secreto y de los mundos que nos inventábamos, ver a la gente que no nos comprendía y burlarnos de ello.

Entre histerias, confesiones y cariños, esas tardes de abril fueron lo mejor para vos, para mí. Y jugando entre las hojas secas del otoño y entre las risas que compartimos a cada momento supimos vivir en ese presente y hacer que esos recuerdos hoy perduren en nuestras memorias.

Entre pasajes, pañuelos y lágrimas recordamos que todo algún día se acaba y que una despedida estaba comenzando. Entre mis brazos te tuve, te tuve y te contuve como que si así lo hiciera no tendría que marcharme nunca jamás, como que si así lo hiciera no existiría nunca un adiós. Hasta que diste media vuelta. Yo también lo hice, y entre lágrimas que brotaban y brotaban y no paraban de rodar hasta golpearse contra el suelo, entre la gente comencé a caminar. Esa misma gente de la que nos habíamos burlado unos días antes, ahora lo hacían conmigo.

Aunque ahora te encuentres tan lejos y distante, a cada momento logro verte entre los recuerdos que guardo, porque seguís estando conmigo, entre canciones, palabras, novelas. Entre mis sueños cada noche, entre cada renglón de cada frase que escribo. Entre tanta locura, tantas fantasías, entre tantos sueños y realidades. Entre tantas otras cosas yo te sigo queriendo.


Evelyn Leguizamón

sábado, 27 de agosto de 2011

Ganamos todos

Observando a la gran ciudad, tratando de respirar un poco de aire de la mañana después de sentir el pecho pesado, me encontraba en el balcón entre el rocío, con una taza de café en la mano, aún descalzo, con la camisa desabrochada y los pelos revueltos.

Me preguntaba qué era lo que nos hacía seguir, que clase de extraña unión, que parecía que funcionaba bajo alguna clase de hechizo se apoderaba de nosotros. ¿Qué dábamos nosotros para seguir? Hasta donde yo sabía, ella era la escritora de los guiones de sus propias películas, que nunca se llegarían a filmar, que terminarían guardados en un cajón entre otras cosas. Y yo era el que no la quería como ella quería (aunque me decía que me acercaba a ello), el que a veces callaba y otras tantas no, el que la confundía, el que algún día, inevitablemente, le mentiría y se iría con la primera que se le cruzara. Sus estrategias de telenovela de media tarde solían ganarme, porque me superaban bastante. 

Pero sé que entre tantas ficciones, hay hechos que son reales. Su pesimismo y mi inseguridad definitivamente no se llevan bien, pero creo nosotros podríamos intentarlo.
En esas guerras que se declaran generalmente por las noches, siempre tiene que haber un perdedor. Y ayer le toco a ella.

A la media hora escuche que se había levantado, así que aún con mi taza en la mano, me asome a la cocina y me apoye sobre el marco de la puerta. Mientras se arreglaba vanamente los cabellos, se hacía una tostada y encendía un cigarrillo, yo solamente la miraba, cuando seria me dirigió la mirada. Se notaba en la escena quien había perdido, y como me gusta ser un buen ganador y disfrutar de mis pocos momentos de gloria, le dije:
-          Te quiero.

Sin embargo aún sigo sin saber que es aquello que nos une. 

Evelyn Leguizamón

jueves, 25 de agosto de 2011

Julia

Julia está triste, se siente sola. Encerrada en su habitación mira pasar las horas. Por las noches ya no duerme. Sus ojos cansados ya no lloran más. A veces se sienta en la cama y se pone a soñar. Imagina que puede volar, añora la libertad. Pero pronto sus sueños se transforman y brutalmente a un abismo cae. Se hunde en la oscuridad. Se pierde en infinitos laberintos.

Los recuerdos acechan constantemente con violencia a su felicidad. La palabra amor le suena extraña. Suele preguntarse quién en el mundo es dichoso de saber lo que es. Julia está dolida. 

En ocasiones apoya su cara en la ventana. A través del vidrio sucio sus ojos observan a la nada, y ve todo lo que necesita ver.  Su corazón se estremece cada día un poco más. Su alma está dolida.

Julia espera. Su esperanza casi inexistente le dice que algún día todo acabará. Su amiga indiscutible la soledad le dice que nunca la abandonará. Julia en silencio grita y nadie escucha.
Un día por fin logrará dormir. Julia sonríe al imaginarse sentir el dulce sabor del fin.

Evelyn Leguizamón

miércoles, 24 de agosto de 2011

Del otro lado

Cuando llego ni hace falta que la busque, siempre está ahí esperándome. Todos los días nos fundimos en un alegre saludo, como dos personas que hace años que no se ven. Y ahí no más comenzamos a marchar. En el camino nos contamos todo lo que vivimos en el día, por más que ambas ya conozcamos esas historias. En ese espacio sin tiempo disfrutamos de la libertad, estando a solas, pudiendo decir y hacer absolutamente todo lo que queramos.

Hay días que son solamente de pura diversión, nos reímos tanto que lloramos y nos descostillamos de la risa. Vivimos fascinantes aventuras, conocemos lugares que nos son desconocidos, hasta otros que ni siquiera existen. Todo es una continua celebración. A veces aparecen otras personas, amigos o desconocidos, da igual. Todos víctimas de un delirio místico, rozando una hermosa locura donde lo único que importa es el sinsentido, la fantasía, un coctel de sentimientos, emociones, lo hermoso y lo terrible.

Y hay otros días en los cuales ella y yo llegamos a ahogarnos del miedo, de la soledad, nos hundimos en la oscuridad absoluta. La sensación de vacío nos llena y nos sentimos vulnerables, protegiéndonos mutuamente de monstruos horribles que intentan acecharnos en las noches más oscuras. A veces nos alcanzan. A veces solo una logra salvarse. Pero sabemos en el fondo que solo es un juego.

Tarde o temprano, al sonar de la alarma, yo me tengo que ir. Siempre nos despedimos rápidamente, de improvisto. Es que nunca sé a qué hora me tengo que ir, hasta llegado el momento. Su mirada se transforma automáticamente con la noticia, por más que no hayan pasado segundos que nos estábamos divirtiendo. Sus ojos entristecen, se angustian. Con la mirada me suplica que no me vaya. No hay tiempo para palabras. 

Yo en cambio le devuelvo una mirada de complicidad y una sonrisa. Ambas sabemos que nos vamos a volver a ver al otro día, como todos los días. Sin embargo me apena dejarla porque sé que cuando me voy se queda sola, sentada en un rincón hasta que yo regrese. Sola. Y así me marcho. Todo se desvanece. Me encantaría quedarme más tiempo. Viviría allí si fuera por mí. Pero en verdad no puedo.

Evelyn Leguizamón

martes, 23 de agosto de 2011

El tiempo de la soledad

El último minuto del día se suicidaba, sin penas ni glorias otro día moría.

 La oscuridad lo arrastraba, se lo llevaba al encuentro con un recuerdo, quizá era el único para ese entonces,  que se desprendía así sin más de su cabeza. Como si nunca hubo estado aferrado con todas las fuerzas en su mente. Pero ahora ya no está, ya se había ido. 

Ella también se había ido, vagamente recordaba la pasada discusión. No sabía si había ocurrido ayer u hoy, hace una semana o hace un año. Igual daba. No tenía tiempo para preocuparse por eso, por tratar de recordar un insignificante detalle. ¿Para qué? Si ella ya no estaba. Había golpeado la puerta al marcharse, y él la habría seguido detrás de sus pasos, pero no lo hizo. Si no hubiera sido por su fanatismo a  las novelas… hubiera creído que estaba en una. Podría haber bajado las escaleras detrás de ella, agarrarle del brazo y suplicarle que regresara, que no volvería a pasar y que la extrañaría si se iba. Pero no lo hizo. Solo se agarro la cabeza y prendió otro cigarro. Se quedo sentado en ese sofá en silencio.

Esa noche a su lado se sentó la soledad. Al principio él no lo había notado, pero con el correr del tiempo se hizo notar más y más. El reloj seguía su curso, siempre en la misma dirección, y él cansado del silencio un día decidió preguntarle a la soledad qué había pasado, por qué, cómo. Se encontraba en pleno desconcierto, dormido con los ojos abiertos, muerto en vida.  Pero ella solo lo miraba fijo y le repetía “ya no está, estás solo ¡ella ya no está!” Con esta respuesta a él solo le quedaba seguir intentando recordar, sentado en ese sillón.

Ya no le quedaban cigarros, la barba y el pelo le habían crecido… el tiempo se había hecho presente. Había entrado sin permiso a su casa y ahora se encontraba sentado frente a él. Cuando lo vio le pregunto: “¿por qué ella ya no está?” a lo que le respondió: “ya es tarde”.

Todos los días a la medianoche el hombre le preguntaba a ambos lo mismo, y siempre recibía las mismas respuestas. Hubo una noche en la que ya no pudo aguantar el desconcierto, la tristeza, la angustia, el dolor, que el tiempo y la soledad quisieron ayudarlo. Cuando el último minuto del día se suicidó, el tiempo se detuvo... al igual que su corazón gris y marchito. Ahora es tarde, él ya no está. 


E.G.L. 

Las partidas

Un rato más tarde distingue a un hombre entrando al bar que inmediatamente le llama la atención. Estaba percibiendo nuevamente esa sensación que había sentido al despertar. Al verlo un escalofrío le recorrió el cuerpo, pero supo que ese tipo era la persona indicada.

El recién llegado llevaba puesto un sobretodo largo a pesar del calor de ese día y un sombrero con el que apenas se le podían ver los ojos. Al entrar se sentó en la mesa que se encontraba delante de él, de manera que lo podía ver sin más frente a frente.

Lo miraba y lo miraba, todavía con ese extraño sentimiento latente, y cada vez estaba más convencido de que esa era la persona que había estado esperando. Luego de vacilar por un instante decide acercase hacia él. Mientras lo hacía, lo miraba fijo a los ojos. Una vez al lado de la mesa el sujeto que se encontraba sentado lo sorprende diciéndole:

-              ¿Qué quiere usted de mí? No entiendo por qué me mira tanto. ¿Acaso me quiere robar? No tengo nada de valor, absolutamente nada. Igual, no me sorprende si usted me quiere robar, o lo que sea – siguió- si todo me sale mal en esta vida.

El otro que seguía de pie frente a la mesa quedó desconcertado por lo que acababa de escuchar. Pensó por la manera en que hablaba de que el hombre ya había tomado unas copas de más. Tomó asiento y luego de un rato dijo:

-       Yo creo que siempre hay una solución para todo.

-       ¿Una solución para todo? ¿De qué me habla hombre? La única solución para mí en este momento sería la muerte.

En ese momento el otro lo miró a los ojos, le agarro por un segundo de las manos, se paró y se retiró del bar. En el mismo instante en el que le tocó las manos, el hombre cayó desvanecido sobre la mesa, muerto.

Evelyn Leguizamón