martes, 23 de agosto de 2011

El tiempo de la soledad

El último minuto del día se suicidaba, sin penas ni glorias otro día moría.

 La oscuridad lo arrastraba, se lo llevaba al encuentro con un recuerdo, quizá era el único para ese entonces,  que se desprendía así sin más de su cabeza. Como si nunca hubo estado aferrado con todas las fuerzas en su mente. Pero ahora ya no está, ya se había ido. 

Ella también se había ido, vagamente recordaba la pasada discusión. No sabía si había ocurrido ayer u hoy, hace una semana o hace un año. Igual daba. No tenía tiempo para preocuparse por eso, por tratar de recordar un insignificante detalle. ¿Para qué? Si ella ya no estaba. Había golpeado la puerta al marcharse, y él la habría seguido detrás de sus pasos, pero no lo hizo. Si no hubiera sido por su fanatismo a  las novelas… hubiera creído que estaba en una. Podría haber bajado las escaleras detrás de ella, agarrarle del brazo y suplicarle que regresara, que no volvería a pasar y que la extrañaría si se iba. Pero no lo hizo. Solo se agarro la cabeza y prendió otro cigarro. Se quedo sentado en ese sofá en silencio.

Esa noche a su lado se sentó la soledad. Al principio él no lo había notado, pero con el correr del tiempo se hizo notar más y más. El reloj seguía su curso, siempre en la misma dirección, y él cansado del silencio un día decidió preguntarle a la soledad qué había pasado, por qué, cómo. Se encontraba en pleno desconcierto, dormido con los ojos abiertos, muerto en vida.  Pero ella solo lo miraba fijo y le repetía “ya no está, estás solo ¡ella ya no está!” Con esta respuesta a él solo le quedaba seguir intentando recordar, sentado en ese sillón.

Ya no le quedaban cigarros, la barba y el pelo le habían crecido… el tiempo se había hecho presente. Había entrado sin permiso a su casa y ahora se encontraba sentado frente a él. Cuando lo vio le pregunto: “¿por qué ella ya no está?” a lo que le respondió: “ya es tarde”.

Todos los días a la medianoche el hombre le preguntaba a ambos lo mismo, y siempre recibía las mismas respuestas. Hubo una noche en la que ya no pudo aguantar el desconcierto, la tristeza, la angustia, el dolor, que el tiempo y la soledad quisieron ayudarlo. Cuando el último minuto del día se suicidó, el tiempo se detuvo... al igual que su corazón gris y marchito. Ahora es tarde, él ya no está. 


E.G.L. 

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