sábado, 27 de agosto de 2011

Ganamos todos

Observando a la gran ciudad, tratando de respirar un poco de aire de la mañana después de sentir el pecho pesado, me encontraba en el balcón entre el rocío, con una taza de café en la mano, aún descalzo, con la camisa desabrochada y los pelos revueltos.

Me preguntaba qué era lo que nos hacía seguir, que clase de extraña unión, que parecía que funcionaba bajo alguna clase de hechizo se apoderaba de nosotros. ¿Qué dábamos nosotros para seguir? Hasta donde yo sabía, ella era la escritora de los guiones de sus propias películas, que nunca se llegarían a filmar, que terminarían guardados en un cajón entre otras cosas. Y yo era el que no la quería como ella quería (aunque me decía que me acercaba a ello), el que a veces callaba y otras tantas no, el que la confundía, el que algún día, inevitablemente, le mentiría y se iría con la primera que se le cruzara. Sus estrategias de telenovela de media tarde solían ganarme, porque me superaban bastante. 

Pero sé que entre tantas ficciones, hay hechos que son reales. Su pesimismo y mi inseguridad definitivamente no se llevan bien, pero creo nosotros podríamos intentarlo.
En esas guerras que se declaran generalmente por las noches, siempre tiene que haber un perdedor. Y ayer le toco a ella.

A la media hora escuche que se había levantado, así que aún con mi taza en la mano, me asome a la cocina y me apoye sobre el marco de la puerta. Mientras se arreglaba vanamente los cabellos, se hacía una tostada y encendía un cigarrillo, yo solamente la miraba, cuando seria me dirigió la mirada. Se notaba en la escena quien había perdido, y como me gusta ser un buen ganador y disfrutar de mis pocos momentos de gloria, le dije:
-          Te quiero.

Sin embargo aún sigo sin saber que es aquello que nos une. 

Evelyn Leguizamón

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