viernes, 25 de mayo de 2012

Yo la quise


Hoy salí a caminar dispuesto solamente a una cosa: a olvidarla. Yo la quise, la quise con todo lo que soy y todo lo que ella era. Desde un principio, desde el momento en que cruzamos miradas, nunca pude resistirme a enamorarme. Ella bien sabía lo que hacía. Y yo no. Y si, yo la quise. Como haberme podido resistir a esos encantos. Tanto la quise que aun hoy quedan vestigios de lo que sentía por ella.
Fue en la fiesta del amigo de mi amigo. Ahí estaba ella. En medio de la noche se me acerco con un trago en la mano, soltó muy cerca de mi oído algunas palabras que no logré entender y se marchó. Algo adentro mío despertó, que mis pies comenzaron a caminar detrás de ella que caprichosa se alejaba. Una vez lejos del murmullo me hablo nuevamente y esta vez sí entendí lo que me decía. 
Las horas pasaron rápidamente esa noche y para cuando la mañana comenzaba yo ya me iba caminando, borracho, por las calles mojadas de llovizna y con un papel con números en mi bolsillo.
Desde ese día yo la quise. ¿Qué me había gustado? No lo sé aún. Quizás ella en su totalidad; desde su cuerpo, sus fuertes expresiones, hasta el aroma de sus maquillajes mesclados con perfumes. 
Una semana paso hasta que nos volvimos a ver. Y así fue cada fin de semana. Era una relación extraña la que teníamos, pero aún así yo nunca preguntaba nada, ni ella me lo hacía a mí.  Con solo tenerla una noche para mí, me conformaba, no podía pedir más. En esos momentos que compartíamos, manteníamos como un acuerdo secreto y silencioso en el que nos amábamos, hablábamos y paseábamos de la mano, pero una vez que la noche llegaba a su fin, también lo hacían nuestros encuentros, muertos de pasión hasta la siguiente semana. Ambos lo sabíamos. 
Sin embargo, yo en verdad la quise. Daba todo por ella cada vez que la tenía frente a mí y dejaba todo de mí en cada acto de amor. Era un amor sincero el mío, tal vez demasiado puro e ingenuo, pero no podía controlar mis impulsos. Ya no solo deseaba estar junto a ella un día de la semana. El resto de los días se me hacían eternos y con el tiempo, cuando quise darme cuenta, estaba viviendo en un infierno. 
En vano marcaba su número todos los días. Salía a la calle a buscarla, cansado ya de extrañarla, recorría todos los lugares donde solíamos estar, pero nada, ni rastros de su persona. Y una vez que por fin llegaba el día todo lo que había sufrido me parecía absurdo. Yo la quería, y la tenía en ese momento a mi lado. Todo lo demás no importaba. Ella nunca hablaba de las llamadas perdidas, de hecho nunca hablaba de nada, más de cuanto me quería y lo feliz que era a mi lado. Y en verdad, ella me quiso y era feliz, podía verse en sus grandes ojos marrones que no mentía. 
Cuando el encuentro finalizaba y nos debamos el último beso, con ella se iba mi vida. A partir de ese momento yo era otro. Me convertía, me sentía como una persona enferma, cansada y que envejecía rápido. En ocasiones pasaba los días encerrado en mi departamento sin comer, sin dormir y con muchos excesos. Vacío, perdido, distante. 
Para el último encuentro, ambos en nuestro acuerdo secreto y silencioso, sabíamos en el fondo que todo había llegado a su fin. Nunca lo dijimos concretamente, nuestra conexión iba mucho más allá de las palabras. Por eso yo la quise. Todavía puedo sentir sus labios en los míos y su suave piel rozándose con la mía, y el corazón se me estremece.
Una semana después de la última vez que nos habíamos visto, decidí pasar por el bar en el que nos encontrábamos siempre, a la hora que teníamos acordada siempre. No tenía pensado entrar, porque ya todo lo habíamos entendido. Y así era, porque cuando miré por la ventana desde afuera hacia nuestra mesa, las dos sillas estaban vacías. Así que seguí caminando, en dirección hacia ningún lado, perdiéndome entre la gente de la avenida. De una semana a la otra había pasado de estar en la gloria de un miserable, a estar en donde debía; borracho, tirado en el cordón de alguna vereda por días, sin casa, sin nombre y sin ella, hablándole a cualquier persona que se me acercara de cuanto la había querido. 
Dos años pasaron desde aquel entonces, pero aún así no hay día que no piense en ella. A veces creo ver su tierno rostro entre la multitud de la calle, en el subte, en un parque, y corro desesperado, encontrándome siempre con una desilusión. Durante todo este tiempo las relaciones que tuve o intente tener, fracasaron. Quizá porque buscaba volver a sentir todo lo que ella me había dado. Pero no, nada se comparaba a lo que había sentido, porque ella fue la única mujer a la que realmente había querido.
Hoy, como dije, salí decidido a olvidarla, a despedirme de ella completamente. Por eso es que regresé después de tanto tiempo a ese bar y me senté en nuestra mesa. No sé bien por qué lo hice, a que quería llegar. Tal vez para darme cuenta de que realmente todo me sonaba tan lejano. Será el destino, la suerte, la casualidad o lo que fuera que hizo que nos conociéramos, que también quiso que nos despidiéramos. Y otra vez ahí estaba. Tan hermosa, tan cambiada, pero a la vez no perdía esa esencia que la hacía única, algo que no sabría describir pero que hacía que tanto me guste. Entró al bar con ese mismo toque de gracia con el que se me había acercado aquella noche. Para mi sorpresa no venía sola, sino de la mano de un muchacho. Se sentaron del otro lado del bar, de manera que no pudieron verme. Toda esta situación despertó en mi bastante desconcierto. Durante tanto tiempo la había estado buscando por toda la ciudad, sin señales de ella, y una vez que quería olvidarla se me aparecía así como si nada. 
De pronto me encontré confundido, en un frenesí incontrolable, una mezcla de odio, miedo, felicidad, ansiedad. Maldije el momento en el que se me había cruzado por la cabeza volver a ese lugar, lo maldije al tipo, a ella y a mí por estar viviendo esa patética escena. Aunque por otro lado el simple hecho de observarla me tranquilizaba, seguía transmitiéndome la misma paz. Era ella realmente, en persona, no era una alucinación. Era ella a la que tanto había querido y otra vez la tenía ahí, tan cerca, y a la vez tan lejos. Ahí estaba, había concurrido a nuestra despedida. Por suerte pude verla y quedarme con una buena imagen final, estaba feliz, estaba bien. Me di cuenta de que ya nos habíamos despedido una vez, así que ahora ya nada tenía sentido. Después de haberle clavado la vista por varios minutos, bien decidido me pare y me dirigí hacia la mesa donde se encontraban sentados. Mientras lo hacía pude ver que ella me había reconocido y que sorprendida sonrió. Yo solo me acerqué al tipo, sin dirigirle la vista a ella la señale, y le dije: yo… yo la quise.


Evelyn Leguizamón

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